Algo me enseñó Momo, esa niña de pies sucios y pelo alborotado.
Ahogar al tiempo en tazas de café, y andar durante horas porque sí y ¿por qué no? Porque no todo hay que hacerlo por un porqué. Y reír y llorar porque me gustan los extremos y más cuando se rozan. Y las miradas, claro, porque frenan al tiempo; y tomarle el pelo, y a los que viven con reloj, y a los hombres de gris. Las siestas de cinco horas que burlan los relojes, y de vez en cuando mirar las grietas de la pared, y escuchar mi corazón, cual metrónomo, e inventar historias y rimas que traben las lenguas, y soplar la arena de los relojes, y robar los días al calendario, y las líneas blancas a los pasos de cebra, y las corbatas a los hombres de negocios, y las luces a los semáforos…Y vivir en la inopia, y cazar gamusinos.
Y que todo el mundo quede cabezabajo, mientras yo pongo los pies en el suelo con el único fin de coger impulso y echar a volar.