miércoles, 22 de diciembre de 2010

Lamentaciones

Como Adán y Eva atrapados en un ascensor. Sin manzanas, ni hojas que tapen nuestras vergüenzas. Porque el otoño ya quedó atrás. El otoño y todas sus historias se esfumaron y ahora no tenemos nada que esconder, y demasiadas cosas que decirnos con miradas.
Ojala. Ojalá que suene la alarma de incendios y que no podamos escapar de aquí y que no nos importe. Y que del techo salga agua a presión. Y tú y yo, mojados, compartamos resfriado.
Pero llega mañana y ya no te acuerdas, porque estábamos demasiado borrachos, o porque solo era un sueño. Y solo queda saludarte y preguntarte qué tal dormiste, lo que me recuerda que no fue conmigo. Es una pena.
Que eres como el café de por las mañanas, amargo, como a mí me gusta. Que ya no quiero relojes que midan los días que me ves y no me miras.
El día está demasiado nublado. O quizás sea el humo de tu tabaco, que me envuelve y me busca cuando nos cruzamos en el pasillo, y hago como que no existes, y bostezo, para no tener que mirarte. Pero el pasillo está lleno de espejos. 
Y pongo la música bien alta para no oírte. Pero todas las canciones hablan de ti.
Que me escondo de ti, donde sé que no me vas a encontrar, pero estás donde estás, y donde no, también.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Hoy es 25 de noviembre.

Hoy es 25 de noviembre.
Llevas cuatro semanas ahí dentro así que suponiendo que no seas un atroz cagaprisas como yo que me adelanté mes y medio, estarás por aquí en julio.
Era un puñetero día normal, con su siesta, su monotonía y mi cara larga. Un timbrazo me despertó y corrí al teléfono. Era Esther con su voz tan dulce. Espero que tengas su paciencia y un corazón del calibre del suyo. Me dio conversación, más de lo normal, y tras decirme que hoy fue al médico, titubeando dijo las palabras… las palabras clave…”Estoy embarazada”. Yo…yo no cabía en mí misma. Parece ser que mis indirectas lanzadas hacia mis deseos de ser tía al fin han hecho mella. Y gracias a Dios, o a quién sea, no tuve que pincharos los condones…
Y ahora no puedo dejar de pensar en ti, en cuando estés. Que te voy a querer como al  que más, como a la que más.
Te maleducaré. Te daré chocolate a escondidas, veremos capítulos de Friends hasta la madrugada, y te regalaré mi peluche favorito. Cuando vengas a verme a Salamanca daremos de comer a los patos en la Alamedilla, y compartiremos habitación. Te prometo que aprenderé a hacer punto para tejerte los patucos más coloridos del mundo. Te llevaré al parque de atracciones, jugaremos al señor pie, te grabaré y serás el blanco de mi objetivo. Te pondré Nirvana a toda pastilla, también Ska – p para que el gato López te haga vibrar como me hizo a mí. Tampoco te dejaré escuchar las Space Girl como hicieron mis hermanos. Haré todo lo que ellos hicieron. Porque tú no tendrás hermanos mayores, no tendrás la suerte que tuve yo. Tenían trece y dieciocho cuando yo nací y desde entonces me hacen rozar las nubes. Son lo mejor que me ha pasado. Y ahora uno de ellos va a ser padre. Ya no es Alfreduco, es padre. Y te voy a querer como a nadie. No te lo imaginas.

Cuando colgué el teléfono empecé a dar saltos delante del espejo, no podía parar. De repente empecé a llorar con la sonrisa puesta. Siempre he sido la pequeña de la familia. La que cambió la historia de los García Herrero, la que llegó sin avisar y la que no aparece en los nombres del buzón a pesar de sus dieciocho. “El último mono”, el blanco de los zapatillazos de toda la familia. Tras dieciocho años cumpliendo este papel, ya tengo complejo de enana, y me lo van a arrebatar de un día para otro. Ya no soy la enana. Soy la madura, la tía. Soy tu tía y no me canso de decirlo. Tía, tía, tía, tía. Jamás una palabra me había sonado tan bien.

Te quiero, te adoro, quiero abrazarte ya. Acurrucarte entre mis brazos y ser tu hermanita mayor.
Hoy, 25 de noviembre, soy la persona más feliz del mundo

sábado, 11 de diciembre de 2010

Ella volvía a tener los pies fríos.


Ella volvía a tener los pies fríos. Le pasaba cada invierno
Siempre le gustó sujetar cucharas con la nariz. Pensar en voz alta, y hacer una lista con las tareas pendientes para no cumplirla nunca. Cuando era pequeña, adoraba chuparse el dedo y meterlo en el bote de azúcar, y el día más feliz de su vida no fue el de su comunión ni el del séptimo cumpleaños, que va. De hecho, en su fiesta, aquella estúpida de Sandra le robó su corona de cumpleaños en un afán de protagonismo y todo acabó en un canon de llantos desconsolados saliendo de boquitas de niñas de siete años. Pero realmente no,  miento, todo acabó con un abrazo de su madre. Era como estar dentro de ella, los latidos la arrullaban y en dos instantes se quedaba dormida. Hacía mucho que no recordaba esto. Ahora se conforma con robarle las camisas, y cuando va camino de clase y nadie la mira, olerlas, porque huelen a mamá, y esa sensación es casi mejor que los abrazos.
Su día más feliz fue cuando aprendió a atarse los zapatos, fue su primer manifiesto de autonomía, la primera vez que le gritó al cielo que podía ella sola. A la mañana siguiente la casa amaneció llena de lazadas. Lazadas en las cortinas, en todos los cordones habidos  y por haber, e incluso en el cable del televisor.
Su segundo día más importante no vino con su primer beso. Fue una tarde lluviosa, enredada entre cintas de VHS. Y ese día se topó con Amelie, y desde entonces fue su aprendiz y ejemplo a seguir. Y comenzó a enamorarse de lo diminuto, y todo sonaba con música francesa.
Tenía una vieja libreta de tapas rojas en la que anotaba sus sueños. Adoraba amanecer y acordarse de sus sueños. Otras veces estos irrumpían en su mente pocas horas después cuando se encontraba garabateando la tapa del cuaderno en clase.
En cualquier caso, adoraba dormir, adoraba su almohada, y perderse entre los pliegues de la sábana. Más adelante descubriría lo que es dormir en compañía, y olerle cuando él creía que ella soñaba, pero esto ahora no viene a cuento. El caso es que las horas muertas con la persiana a medio bajar era su forma favorita de perder el tiempo.

Un día decidió guardar sus recuerdos. Tenía miedo a su memoria, a que se perdieran y empolvaran de no recordarlos. Entonces empezó a guardarlos en una caja de puros que encontró en alguna parte. Estos recuerdos tomaban forma de trozos de papel, o cachivaches sin importancia. Desde tickets de la compra, hasta fotos de carnet, papel de liar tabaco o trozos de regaliz petrificado.  Cualquiera diría que era basura empolvada en el armario, pero algún día abriría las cajas y reviviría todo, reviviría el día de su séptimo cumpleaños, también el día de las conversaciones de madrugada, o el día de las miradas en el restaurante de comida rápida. Pero lo que no sabía ella es que el alma tiene mucha más memoria que el cerebro, y que miles de cajas juntas.


No querrás conocerla a medias. Porque es como un libro cerrado. Como uno de esos libros que enganchan. Que desempolvas la tapa, y cuando te quieres dar cuenta, llevas toda la noche leyendo y ya está amaneciendo. Querrás llegar a la última página, saltarte medio libro y leer la última palabra. Pero a la vez te aterrará terminar y que llegue la noche en la que ya no puedas leer(la).

sábado, 4 de diciembre de 2010

Y no me he acordado de ti hasta pasado un buen rato


Me he despertado casi a las diez y me he quedado en la cama más de tres cuartos de hora, y ha merecido la pena.
Ha entrado el sol por la ventana, y han brillado en el aire algunas motas de polvo. He salido a la ventana y hacía una estupenda mañana.
He bajado al bar para desayunar y he leído en el Marca que se ha lesionado el niñato. Y no me he acordado de ti hasta pasado un buen rato…
Luego han venido estos por aquí y nos hemos bajado a tomarnos unas cañas, y me he reído con ellos.
He estado durmiendo hasta las seis y después he leído unos tebeos de Spiderman, que casi no recordaba. Y he salido de la cama.
He puesto la tele y había un partido y Mendieta ha marcado un gol realmente increíble.
Y me he puesto triste el momento justo antes de irme.
Había quedado de nuevo a las diez y he bajado en la moto hacia los bares de siempre, donde quedaba contigo, y no hacía nada de frío.
He estado con Erik hasta las seis y nos hemos metido cuatro millones de rayas. Y no he vuelto a pensar en ti hasta que he llegado a casa…y ya no he podido dormir como siempre me pasa.




Por vosotros.
 Un Buen Día, de Los Planetas.