lunes, 14 de marzo de 2011

No me queda(s) nada que decir.


Soy como julio. Como una tarde de julio, pero con frío y tronando.
Más triste que un café en la estación de bus más cercana a tu casa, desde aunque se hubieran reunido mil casualidades, tu mirada no se habría molestado en cruzarse con la mía.
Como una mota de polvo que solo se ve cuando la atraviesa la luz de las ocho y media de la mañana.
El papel de una actriz secundaria en el telefilm del domingo por la tarde.
Los prescindibles posos del imprescindible café que te tomaste esta mañana.
Como la letra pequeña que nunca leemos. O la última palabra de los créditos de alguna obra maestra.

Y más fría que todo el aire que nos separa.
Soy así, estoy ahí, sin hacer demasiado ruido, aunque no me veas, aunque no lo sepas, aunque no te importe, aunque no lo entiendas.

Podríamos medir los centímetros cúbicos de lágrimas que diferencian quedarse y aguantar de marcharse y aguantar. O podríamos empaparnos de la lluvia de abril, y de las tormentas de verano. Que tengo paraguas para todo tu fin de semana.



Iba a hacerlo esta mañana, levantarme de la cama, comprar algo de comida y empezar con otra vida. Pensé que sería lo mejor, toda esta mierda se acabó. Voy a dejarlo de verdad, ya no me gusta nada. Y a ordenar por fin la casa y lavar estas dos mantas y recuperar mis discos y las cosas que he perdido. Y después pensé mejor que no, y puse la televisión, subí a pillar un poco más, después de todo esto no está mal.