A veces me hace cosquillas la realidad. Porque a veces nos susurra con historias poco convencionales. Hoy te robaré una historia que me contaste una vez. No me saludaste, ni me preguntaste cómo me iba, porque eres de esas personas sinceras que se saltan los ritos de cortesía pero sin perder educación.
Y me contaste una historia que guardé. Estabas en la playa. Era una de esas playas del norte que tanto me gustan. Apenas hay gente en invierno, y eso me gusta todavía más. Porque te topas con la soledad, con la soledad amable propia de las mañanas, no me refiero a la soledad de las noches que se nos clava en la garganta. Hacía algo de fresco, el justo y necesario. La brisa del mar con sus olas que golpean al silencio. Mirabas al horizonte, pensativa te perdías en las olas. Pero solo pensabas en que eras feliz en ese momento, dejando a un lado tu vida y tus quehaceres, amores, y desamores, establecías un paréntesis de arena y podías decir que eras feliz. Tus pies jugaban con la espuma que iba y venía en la orilla. Y se acercó él. Cuando me contaste esta historia no me diste detalles minuciosos sobre el desconocido, la verdad, y siempre que pienso en él, aparece de espaldas. Lleva un jersey de rayas azules y blancas y su pelo es castaño claro. No sabremos nada más de él. Sólo que cada vez que os encontrabais sobraban las palabras. Tú te sentabas junto a él, y él se sentaba junto a ti. Alguna tímida mirada, pero solo las primeras veces. Era como una manera de pedir permiso para compartir silencios.
Este ritual extraño se repitió durante unos cuantos días, siempre salteados, pero no había relojes, ni calendarios. De un modo misterioso ambos sabíais que os encontraríais. Era vuestro mejor momento. Si tuvieras que establecer una lista de momentos favoritos, el primero sería el de las 7 y 20 am, cuando amaneces con olor a café recién hecho y lo saboreas. Es uno de esos paréntesis de los que hablé antes, pero esta vez no de arena, sino de café caliente. Pues bien, el segundo momento favorito de tu lista de momentos favoritos sería aquel.
Un día dejasteis de ir. No sé quién falló, si él, o tú, pero uno de los dos no se presentó. Entonces, el otro supo que había llegado a su fin esta historia. Pero el final no es triste. Tenemos la horrible costumbre de asemejar las despedidas a la tristeza. Las historias siempre se acaban, y no por eso son menos felices, es la vida misma. Y no os confundáis. No se trata de una historia de amor. Es una historia sobre silencios.
He aquí tu historia. Con algún que otro toque inventado. Cuando tus palabras caían en mis manos así me lo imaginé yo, y qué hay mejor que echarle un poco de imaginación.
Eres de las mejores desconocidas que conozco. Y todo esto te sonará poco convencional si te da por pasarte por aquí… Pero yo apostaría a que eres una persona poco convencional.