Siempre le gustó sujetar cucharas con la nariz. Pensar en voz alta, y hacer una lista con las tareas pendientes para no cumplirla nunca. Cuando era pequeña, adoraba chuparse el dedo y meterlo en el bote de azúcar, y el día más feliz de su vida no fue el de su comunión ni el del séptimo cumpleaños, que va. De hecho, en su fiesta, aquella estúpida de Sandra le robó su corona de cumpleaños en un afán de protagonismo y todo acabó en un canon de llantos desconsolados saliendo de boquitas de niñas de siete años. Pero realmente no, miento, todo acabó con un abrazo de su madre. Era como estar dentro de ella, los latidos la arrullaban y en dos instantes se quedaba dormida. Hacía mucho que no recordaba esto. Ahora se conforma con robarle las camisas, y cuando va camino de clase y nadie la mira, olerlas, porque huelen a mamá, y esa sensación es casi mejor que los abrazos.
Su día más feliz fue cuando aprendió a atarse los zapatos, fue su primer manifiesto de autonomía, la primera vez que le gritó al cielo que podía ella sola. A la mañana siguiente la casa amaneció llena de lazadas. Lazadas en las cortinas, en todos los cordones habidos y por haber, e incluso en el cable del televisor.
Su segundo día más importante no vino con su primer beso. Fue una tarde lluviosa, enredada entre cintas de VHS. Y ese día se topó con Amelie, y desde entonces fue su aprendiz y ejemplo a seguir. Y comenzó a enamorarse de lo diminuto, y todo sonaba con música francesa.
Tenía una vieja libreta de tapas rojas en la que anotaba sus sueños. Adoraba amanecer y acordarse de sus sueños. Otras veces estos irrumpían en su mente pocas horas después cuando se encontraba garabateando la tapa del cuaderno en clase.
En cualquier caso, adoraba dormir, adoraba su almohada, y perderse entre los pliegues de la sábana. Más adelante descubriría lo que es dormir en compañía, y olerle cuando él creía que ella soñaba, pero esto ahora no viene a cuento. El caso es que las horas muertas con la persiana a medio bajar era su forma favorita de perder el tiempo.
Un día decidió guardar sus recuerdos. Tenía miedo a su memoria, a que se perdieran y empolvaran de no recordarlos. Entonces empezó a guardarlos en una caja de puros que encontró en alguna parte. Estos recuerdos tomaban forma de trozos de papel, o cachivaches sin importancia. Desde tickets de la compra, hasta fotos de carnet, papel de liar tabaco o trozos de regaliz petrificado. Cualquiera diría que era basura empolvada en el armario, pero algún día abriría las cajas y reviviría todo, reviviría el día de su séptimo cumpleaños, también el día de las conversaciones de madrugada, o el día de las miradas en el restaurante de comida rápida. Pero lo que no sabía ella es que el alma tiene mucha más memoria que el cerebro, y que miles de cajas juntas.
No querrás conocerla a medias. Porque es como un libro cerrado. Como uno de esos libros que enganchan. Que desempolvas la tapa, y cuando te quieres dar cuenta, llevas toda la noche leyendo y ya está amaneciendo. Querrás llegar a la última página, saltarte medio libro y leer la última palabra. Pero a la vez te aterrará terminar y que llegue la noche en la que ya no puedas leer(la).
8 comentarios:
Menos mal que te conozco, porque si no te conociera, lo querría hacer. Y ahora que sé que te vi ayer, y que te veré en un ratito, y mañana, y al otro, pienso que soy terriblemente afortunada porque me abrazas por las mañanas, y porque tomas café conmigo a diario.
Lo demás, y esto también, ya lo sabes.
Me pienso leer el libro hasta por el lomo. :)
'Pero lo que no sabía ella es que el alma tiene mucha más memoria que el cerebro'.
Aplausos.
"Me pienso leer el libro hasta por el lomo. :)"
Jopé, Turner T_________________________T
A veces... es mejor volver a vivir ciertas cosas (siempre que sea posible), en lugar de tener que recordarlas...
=)
Es posible, :)
Entonces, que nada te detenga... ¡¡Vive!!
que chica tan jodidamente guai
bua, la foto!
Si la chica es como dices, le compraré unos calcetines ;)
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